Mujeres-florero.

Ayer mientras me preparaba para ir a trabajar, noté con tristeza que mi brassiere ahora sí necesita esos colchoncitos ‘push-up’ que solía desechar cuando llegaba a mis manos un bra nuevo. Snif, desgracia nacional. ¡Con la gordura se me está yendo la pechonalidad!

‘Ay, mujeres, mujeres!’ dirán los hombres que leen esto, pero es que nosotras estamos obligadas, casi por designio divino, a ser todo un estuche de monerías: trabajadoras tenaces, buenas amas de casa, amantes dispuestas, madres perfectas, maravillosas esposas... y por si eso fuera poco, tenemos que vernos siempre bien. Y no, no basta con ser linda, no: hay que tener el peinado indicado, las piernas (y otras partes) depiladas, el aroma que mejor nos siente, la ropa favorecedora, las uñas arregladas y la sonrisa desarmadora para que una pueda salir a la calle.

¿Por qué las mujeres nos sentiremos así, porque deseamos y tratamos con fervor de convertirnos en mujeres-florero? ¿Será que tenemos una fuerte necesidad de aceptación y creemos que si no somos semi-perfectas nadie nos va a querer? Misterio sin resolver.

Yo sostengo la teoría de que no hay mujeres feas, sólo mujeres con poco amor propio. ¿O me van a decir, hombres, que nunca se les ha caído la baba por una mujer que ni en sueños se parece a una de ésas esqueléticas modelo de revista? ¿Y qué tal aquella a la que le sobran carnes pero que ¡pa’ su mecha! irradia sensualidad??

Pues nadie a ciencia cierta lo sabe, lo cierto es que ¡oh, desgracia nacional! las boobies se me están perdiendo... y lo peor es que no sé en dónde puedo encontrarlas... por medios naturales, al menos.